Los juegos de azar, y como consecuencia la conducta de jugar, han estado presente desde los tiempos más remotos en la práctica totalidad de las culturas y en todos los estratos sociales. Su historia antecede en un milenio a la invención del dinero y son numerosos los templos antiguos erigidos en honor a la diosa Fortuna. La afición a apostar constituye un hábito social extendido que puede estar ligado a una necesidad de ocio y divertimento o a la percepción de una manera de conseguir bienes minimizando el esfuerzo para conseguirlo.
De igual forma que es antigua y consustancial a la especie animal y humana la conducta de jugar, también lo es, y ha ido cambiando a lo largo del tiempo, el concepto que del jugador excesivo ha tenido la sociedad.
La dedicación excesiva al juego ha sido considerada históricamente tanto como un vicio como una debilidad moral o como un pecado, y asociado a personas codiciosas y perezosas. Juego, promiscuidad y alcohol eran características necesarias para ser considerado un libertino y hasta hace muy poco tiempo, decir que una persona jugaba se relacionaba fatalmente con llevar una doble vida de la que habría que avergonzarse.
ATEJ
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